Era viernes noche cuando la avanzadilla de las Khalessis, valientes y decididas, se adentró en la cueva Guinness. La oscuridad no las intimidó. Allí, entre organizadoras, contrincantes y hermanas de rugby, comenzó la primera escaramuza social. Las anfitrionas ya estaban bien regadas en cerveza, pero nuestras guerreras dieron ejemplo de templanza… incluso con Vane en la ecuación.
Al alba, mientras la Duquesa y su fiel asistente desfilaban con glamour por el lobby como si fueran descendientes de la nobleza de Valyria, las terrenales se entregaban a un desayuno digno de campeonas. Los nervios comenzaban a agitar los estómagos. El resto del escuadrón se unía en la entrada del campo. El sol brillaba, pero la temperatura era suave: el clima perfecto para la guerra.
Primer combate: Antzarrak de Plentzia.
Cuca, en un movimiento digno de leyenda, robó el balón en el primer minuto y ensayó dejando a las rivales petrificadas. Sueca lideraba con elegancia y firmeza, mientras Angie, aunque sin su rugido habitual, se entregaba al contacto como una leona. Javi y Asier dirigían desde la banda, y Bacu tejía estrategias como un general en plena campaña. Las Khalessis placaban sin piedad.
Cuca e Inés, imanes de placaje, Rebe y Vane en modo defensa total, gritando como si invocaran a los dioses del rugby: «¡SUBIMOOOS, ARRIBAAAAAAA!». Pilongo y Bacu placaban como si el fin del mundo estuviera cerca. Las contrarias volaban, literalmente, para escapar de la masacre.
¡Y allí estaba Rosa!
La placadora sin piedad, el terror del ataque rival. Cada vez que una contraria intentaba avanzar, Rosa aparecía como una sombra implacable, derribando con fuerza y precisión. Su presencia en el campo era sinónimo de respeto y temor. Las rivales aprendieron rápido: donde estaba Rosa, no había paso.
Momento mítico:
Pilongo, tras una jugada maestra, se lanza en plancha hacia la línea de ensayo… ¡NOOOOO! gritan las demás. En un acto de yoga extremo, estira el cuerpo como lagartija, pero no logra cruzar la línea. Menos mal que fue Pilongo… otra habría mordido el polvo bajo el sol cegador.
Segundo combate: Kamalehoiak de Gaztedi, las anfitrionas.
Las Khalessis vuelan, ensayan Marta, Marta (sí, dos veces), Repi y Novi, que esta vez ensaya sin enseñar sus bondades. Marta y Repi activan la quinta marcha y desaparecen entre las líneas enemigas.
Tercer combate: Camaleonas del Puerto
Rubias como el sol, veloces como gacelas. Pero Soto y Repi en los extremos frenan la estampida. Pilongo asusta con sus placajes.
Sueca ordena, Angie redirige, Vane, Novi, Repi… ¡ensayo! El árbitro pita avant. Si esto fuera la World Cup, pediríamos revisión, pero aquí, sonreímos y seguimos luchando. El ambiente es glorioso. Orgullo Khalessis.
Cuarto combate: Mungia y las Malas Madres.
Partido a cara de perro. Ellas golpean primero, pero las Khalessis remontan, gran partido, según Israel, el árbitro más simpático y polémico del torneo, que despertó pasiones entre nuestras filas.
Último combate: Lamiak de Bilbao.
El cansancio pesa como armadura mojada. Pero las Khaleesis sacan fuerzas de donde no hay. Placajes estilo hula hoop, pero con dignidad intacta.
Epílogo de batalla:
Pilongo ensaya bajo palos… con Sueca como balón.
Por la tarde, tercer tiempo de bocatas, cervezas y rugby, la final del mundial de fondo… apoyamos a Canadá, pero las Red Roses están en otra liga.
La noche cae sobre Gasteiz, que se transforma en escenario medieval. Khaleesis y dragones toman las calles: baile, charla, y socialización sin tregua.
De regreso al hotel, desfile de pijamas y un Full Monty improvisado en el lobby. La banda de viento toca bajo el cielo estrellado. Las huestes están sanas y salvas. Descanso merecido.
Heridas de guerra:
Tobillo de Repi, gemelo de Cuca, pecho de nuestra delantera argentina, costilla de Marta, ojo virulé de Angie… pero el recuento de bajas es escaso. Primera batalla de la temporada: salimos con la cabeza alta, sabiendo que las fuerzas del mal acechan en el horizonte valenciano.
Agradecimientos finales a nuestras anfitrionas de Gasteiz, gracias por abrirnos las puertas con generosidad, por el calor humano, por el rugby compartido y por cada sonrisa en el camino. Vuestra acogida fue el terreno fértil donde floreció esta batalla épica.
Y a la organización en la sombra de las Khalessis…
A las que movieron hilos, coordinaron, soñaron y empujaron este viaje desde el corazón.
A las que estuvieron, y a las que no pudieron estar pero lo vivieron desde la distancia…
Mil gracias.
Sin vosotras, esta historia no habría sido posible.
¡Orgullo Khaleesi, siempre!



